Carta a Aristóteles

Hoy mientras ojeaba detenidamente libros en una de las estanterías del instituto me he topado casualmente con un título que me ha hecho sonreír socarronamente y más con los días que corren. Se titulaba “Si Aristóteles levantara la cabeza”. Pues, si la levantara, se echaría las manos a la cabeza y volvería sus pasos por donde había venido; si levantara su ilustre cabeza, algunos de nuestros políticos la pisarían para hundirla en los confines del olvido; si la levantara, clamaría al cielo porque todo lo que aportó la escuela de Atenas lo quieren derribar como se desmorona una pirámide de naipes.

Desde hace algunos días sabemos que los planes -¿educativos?- de los que nos gobiernan apartarán la asignatura de filosofía de los institutos y del bagaje cultural de nuestros alumnos. No sé con qué autoridad cultural o moral se han creído quienes no han aportado a la cultura y a la sociedad ni la décima parte de lo que muchos filósofos nos legaron. Aquellos, que fulminar la cultura quieren, creen que la juventud no desea reflexionar, que no quiere sumergirse en el mundo de las ideas y que únicamente debe mirar por la utilidad y salida de sus carreras. Suponen que los jóvenes sólo deben preocuparse por alcanzar un curriculum impecablemente especializado que los lleve a conseguir un trabajo digno y monótono. Eso sí, sin ya de paso aprender a valorar la riqueza y heterogeneidad de la cultura. Piensan que la juventud debe olvidar la sabiduría que los pensadores de todas las épocas transmitieron desde los inicios de la historia. Y así fulminar el bien más preciado que podemos adquirir las personas que es la cultura, la formación humanística. En definitiva, esperan que nos coloquemos las orejeras y el yugo como borregos y bestias, pastemos por los páramos de España y empleemos nuestra cabeza únicamente para embestir, como decía Machado, aquel filósofo trasnochado.

Hoy día la vida se ha puesto muy cara y parece que no nos la vamos a poder tomar ni con filosofía. ¿Entonces qué nos queda? Necesitamos un espacio y un tiempo para reflexionar. Nuestra existencia es una senda que jamás volveremos a pisar y el ritmo que la sociedad impone nos empuja a vivir frenéticamente, no nos da opción a frenar, no tenemos el lujo de pararnos a discurrir y recapacitar sobre el sentido que tiene nuestra vida. Al cabo del día, ¿cuántas veces podemos sentarnos a pensar? El cauce de este río fluye tan deprisa que a veces es como si no fuésemos dueños de nuestras decisiones y desembocásemos en los sitios por suerte o por pura inercia. Hay mucha gente que esa senda y ese cauce los han perdido, se los han arrancado de cuajo y ahora además les quieren robar la posibilidad de pensar, de acariciar las ideas que den lógica a su vida. Pensar es peligroso, sobre todo, para los que nos quieren prohibir la razón y la inteligencia porque es el arma más poderosa que podemos esgrimir. ¡Qué lástima de sociedad que menosprecia la cultura! El esperpento de Valle-Inclán, su deformación grotesca y la Leyenda negra continúan aborrascando nuestro mañana. Expulsando la filosofía de las aulas, aniquilarán universales como: pienso luego existo (Descartes), conócete a ti mismo (Sócrates), uno nunca se baña en las mismas aguas de un río (Heráclito), el hombre es un lobo para el hombre (Hobbes), yo soy yo y mis circunstancias (Ortega). El hedonismo, los sofistas y epicúreos… son tantos los recuerdos que me quedan de todos esos filósofos que estudié como alumno de bachillerato que me resulta increíble e impensable que ahora quieran borrarlos de un plumazo quienes no tienen ningún interés por el conocimiento. Desde luego, como dijo Ortega, yo soy yo y mis circunstancias, y las circunstancias son las que son: todavía hay personas que no han salido de la caverna para conocer el mundo y eso es algo que no podemos aceptar con un estoicismo conformista.

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