Estos son algunos de los ingeniosos microrrelatos que leímos en clase, hoy empezáis a crear vuestra primera página como escritores para el resto del mundo. Son sólo algunos porque no da tiempo a leerlos todos en clase y porque algún despistado no me los ha mandado, pero a partir de ahora, seguramente, os esforzaréis para poder estar presentes aquí y, seguramente, no escondáis vuestras pequeñas obras de arte por timidez o vergüenza.
El puñetero ojo de la cerradura nos impide ver, adentrarnos en un mundo a veces siniestro, perverso; aunque otras veces después del giro de su mecanismo nos transporte a tierras fantásticas y maravillosas.
El puñetero ojo de la cerradura no podía ser más pequeño. No me dejaba ver ni siquiera las dimensiones de lo que supuse que sería un pasillo. Suspiré, frustrada, sin poder tramar un plan para escapar de esta maldita habitación, que no tenía ventanas siquiera. Desesperada, comencé a darle patadas a las paredes. Debido a la agitación, de mi larga y rizada cabellera cayó una horquilla, mi salvación. Sonreí de lado, comenzando a sentirme como uno de aquellos personajes intrépidos que había leído y releído tantas veces. Metí deprisa la horquilla en la cerradura, y, tras varios intentos, abrí la puerta. Antes de comenzar a sentir la adrenalina por mi cuerpo, corrí hasta el final del pasillo, llegando al exterior, y sintiéndome más libre de lo que nunca hubiera imaginado.
Laura Zafra Palomino. 1º de Bachillerato A
El puñetero ojo de la cerradura. Una de tantas. No era la primera vez que lo hacía, y no había ninguna que se me resistiese. Al principio puede parecer nuevo, diferente, confuso… agradable al fin y al cabo, sin embargo, una vez tienes práctica se pierde la chispa de la primera vez. Ya era algo mecánico, sin ningún misterio. Primero le dices algo bonito, un poquito de juego de manos, y ya es tuya, lo demás es dejarse llevar y disfrutar. Además es cierto eso que dicen de que con una buena herramienta se trabaja mejor. Y es que todos los vicios son malos. Y el mío, como cualquier otro, es forzar cerraduras.
Juan Francisco Jiménez. 2º de Bachillerato A
“El puñetero ojo de la cerradura. La llave de metal girando. El mecanismo de seguridad de la puerta desactivándose. Una mano girando el pomo despacio. La otra sosteniendo una impecable arma de fuego. Un sujeto de pie en el recibidor. El chasquido de la puerta al cerrarse. Unos pasos firmes y decididos. La puerta del salón abriéndose. Una mirada categórica. El silenciador rozando su sien. Un último pensamiento, dedicado a su familia. Una radiante sonrisa… Espera, ¿una sonrisa? ¡Corten! Esto me pasa por trabajar con actores baratos. Y la silla del director se quedó vacía.”
Pablo Ramos Quesada. 2º de Bachillerato A
El puñetero ojo de la cerradura, solo quiero echar una mirada al interior pero no veo absolutamente nada, así que decido entrar. Cuando entro solo veo un espejo y en él mi reflejo. Me quedo quieta, mi corazón se acelera con lo que veo: mi pelo, normalmente rubio, está mojado de sangre igual que el resto de mí, llevo un vestido blanco que me llega hasta los tobillos (manchado de sangre también). Me está mirando mientras levanta la mano y me dice: – Vuelve conmigo -, su mano sale del espejo y me roza la mejilla a la vez que una lágrima cae por ella. Acabaré con ella. Lo juro. De repente todo se vuelve oscuro y caigo al vacío.
Laura Blanca Pestaña. 2º de Bachillerato A
Clavis, clave
El puñetero ojo de la cerradura la oprimía como una soga de cáñamo seco. La asfixia continuada y repetitiva le impedía respirar, sus latidos se agitaban en su pecho cada vez más, como el pitido eterno y punzante de una cafetera a punto de estallar. Hiperventilaba intentando sobreponerse, relajarse, pero a cada segundo el oxígeno de sus pulmones se hacía más inexistente, su pecho se comprimía hasta el límite de ahogarla, estrangularla. Forcejeaba con su llave intentando abrir la puerta, sin saber que ella perdía su fría y metálica vida en el intento.
Daniel Moreno Roselló. El profe